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Los tres subtipos de ictus isquémico, aterotrombótico, lacunar y cardioembólico, son completamente diferentes a nivel genético. Lo ha anunciado el grupo de investigación en enfermedades neurovasculares del Instituto de Investigación Vall d’Hebron (VHIR), único participante español en el Metastroke, el mayor estudio genético sobre ictus realizado a nivel mundial, coordinado por el Consorcio Internacional sobre Genética del Ictus.
Estas diferencias hacen sospechar que se trate de tres enfermedades diferentes desde el punto de vista metabólico, que comparten algunos factores de riesgo, según explica Israel Fernández-Cadenas, firmante del artículo y responsable de la línea de investigación en genética de ictus del VHIR. O, como señala Joan Montaner, el otro firmante, que dirige el Laboratorio de Investigación Neurovascular y coordina el Área de Neurociencias del VHIR, “quizá el ictus tal y como lo conocemos hasta hoy, no es una enfermedad, sino un síndrome y una manifestación clínica de diferentes procesos de origen aterotrombótico, lacunar o cardioembólico”.
En el estudio, publicado en The Lancet Neurology, se han analizado las diferencias genéticas mediante tecnología GWAS de 15 grupos de pacientes con un ictus isquémico hasta un total de 12.389 individuos afectados, (más 62.004 controles).
Los resultados confirman dos polimorfismos para el ictus cardioembólico, localizados cerca de los genes PITX2 y ZFHX3. Estos polimorfismos ya se habían encontrado en estudios previos y ahora se han confirmado, además, en estudios con modelos animales. Si se alteran estos genes en ellos, el riesgo de tener ictus aumenta. Concretamente, en presencia de estos polimorfismos, se incrementa la probabilidad de padecer fibrilación auricular.
En cuanto al ictus aterotrombótico, se ha relacionado con un polimorfismo del gen HDAC9 y una región específica del código genético (el locus 9p21), y este último se había asociado con un mayor riesgo de infarto agudo de miocardio.
Lacunares, sin “herencia”
En el caso de los ictus lacunares, no se ha encontrado ningún polimorfismo relevante asociado a riesgo genético. Toda una paradoja, como comenta Montaner, pues “estos ictus tienen una fuerte asociación familiar y, por ese mismo motivo, cabía esperar una fuerte asociación genética”.
Fernández-Cadenas sugiere que la respuesta pueda encontrarse en áreas de “materia oscura genética” cuya función aún desconocen y que podrían ser determinantes.
“La parte más importante de este estudio es que se podrían encontrar fármacos específicos de cada subtipo de ictus. Hasta ahora lo que se trata con los fármacos son las consecuencias del ictus, pero el origen de la arritmia no se trata, se desconoce”, resume Fernández-Cadenas.
Con el conocimiento de la función de estos genes, se podrían desarrollar fármacos que reviertan la alteración genética. Y en lo referente al diagnóstico, “sabemos que existen factores de riesgo genético, y habría que utilizarlos en la práctica clínica”, valora el experto, añadiendo que, si identifican más polimorfismos, se podría calcular el riesgo de un paciente y utilizarlos como medida preventiva en un futuro.