Sergio Alonso es redactor jefe de ‘La Razón’
A falta de escasos días para que arranquen las vacaciones estivales, los representantes de colegios, sindicatos y otras organizaciones médicas deberían recopilar la información sanitaria más relevante de este curso y llevársela a sus lugares de destino con el objetivo de analizarla sosegadamente, extraer conclusiones, reflexionar sobre el papel que han jugado y poner remedios a la vuelta de agosto para que la profesión no se desmorone de forma definitiva, al calor de unas medidas administrativas tan injustas como fácilmente combatibles. Once meses han pasado ya desde el último verano, y la situación es la siguiente: los salarios de los facultativos son un 7,5 por ciento más bajos por mor del ‘tijeretazo’ y de una crisis mal prevista y peor gestionada. Paralelamente, las puertas de España han vuelto a abrirse en dos direcciones: hacia fuera, para los facultativos autóctonos que buscan y merecen mejores retribuciones, y hacia dentro, para profesionales foráneos que luego perciben salarios indignos. Mientras, las comunidades optan por abrir facultades en todas las provincias, sin que nadie ponga coto a tamaño despropósito. Ni el Ministerio de Educación, ni el de Sanidad, que asiste impasible, como si no fuera con él, al desmadre en el que se ha convertido la política de recursos humanos en el Sistema Nacional de Salud.
Un año más, la planificación ha brillado por su ausencia, y por no haber, no ha habido ni parece que habrá ni un miserable registro de médicos por especialidades que permita anticiparse a las necesidades futuras y adoptar soluciones antes de que haya que lamentarse. En esto, tan responsables son las autoridades como la estructura colegial, un gigante con los pies de barro que este curso ha mostrado más que nunca sus debilidades intrínsecas, su notable pérdida de peso ante el poder central y autonómico, y su falta de representatividad entre sus supuestos representados. La última protesta contra el ‘tijeretazo’, en la que hubo más farmacéuticos que médicos, sirve para dar fe de ello, como bien dice el histórico Antonio Rivas.
Pero ha habido más, mucho más. Agresiones tan graves para la profesión como las registradas en el control de la Incapacidad Temporal, a base de mutuas y otras triquiñuelas, o del gasto farmacéutico. El veto a la prescripción de cuatro marcas en el País Vasco es sólo la punta de un iceberg ante el que se han echado a un lado las organizaciones médicas. Iceberg que incluye también la prescripción enfermera, la mayor derrota sufrida por los colegios médicos en su historia más reciente. ¡Qué gloriosos y qué lejanos quedan aquellos tiempos en los que la Confederación Estatal de Sindicatos Médicos (CESM) y la Organización Médica Colegial (OMC) le ganaron la batalla al Insalud y frenaron la conversión de los hospitales en fundaciones públicas sanitarias!
Pero los médicos tienen más motivos aún para estar descontentos en estos días previos a las vacaciones. Los del Trabajo, por la estocada que han recibido por medio de un decreto que prácticamente les aparta del ámbito laboral. También los afectados por la troncalidad: inmunólogos, facultativos de urgencias… Las especialidades están que arden. Todo este proceso de degradación profesional coincide temporalmente con la irrupción del llamado Foro de la Profesión Médica. Sus dirigentes deberían detenerse un momento y reflexionar, porque la supuesta unificación de los colectivos médicos no ha supuesto hasta ahora ventaja cuantitativa alguna para los facultativos de a pie sino, más bien, todo lo contrario.