| viernes, 07 de enero de 2011 h |

Sergio Alonso es redactor jefe de ‘La Razón’

Si 2010 fue en general un mal año para los médicos, 2011 va a serlo aún mucho peor. La conclusión a tal aserto es sencilla. Basta echar una mirada a los proyectos de recorte de los servicios de salud autonómicos para este ejercicio y unirlos a los ya conocidos efectos del mordisco operado en las nóminas, por mor del tijeretazo de Elena Salgado, para suscribir tan negro augurio. El desolador panorama es el siguiente: numerosos feudos han empezado ya a tirar de ‘contratos basura’ para cubrir las vacantes por jubilación o enfermedad que se producen en las plantillas; otros, ni siquiera eso, con lo que se redoblará en ellos la carga de trabajo para los profesionales que ejercen. En algunos, se han suspendido, además, las famosas peonadas, con lo que la posibilidad de obtener ingresos económicos extra por esta vía quedan reducidos a cero. Por si fuera poco, en varios se ha congelado también la carrera profesional, lo que equivale a decir que no habrá promociones, ni ascensos, ni emolumentos adicionales, ni posibilidad de desarrollo alguno por muy bien que se trabaje o se demuestre una trayectoria dilatada. Asimismo, más de un territorio se quedará sin fondos tras el verano para pagar la productividad variable, como ha sucedido ya a finales de 2010 en alguna comunidad como Cantabria.

Y en todas las autonomías, se redoblará la presión sobre la prescripción hasta el punto de acotar o limitar la decisión profesional sobre los fármacos hasta límites desconocidos hasta ahora. El margen de maniobra con los medicamentos de un médico ninguneado también por las aseguradoras será, pues, mucho más reducido. Encima, los facultativos sufrirán en sus carnes los recortes fijados por la industria farmacéutica para sus actividades en materia de formación continuada. Acceder a congresos y simposios médicos les resultará más complicado por el tijeretazo de las compañías y las trabas impuestas por las Administraciones públicas.

Tampoco contribuyen al optimismo los datos que llegan del Ministerio de Sanidad. Sin planificación alguna, con una política de recursos humanos inexistente desde hace seis años y con una ministra como Leire Pajín al frente, la desolación cunde en plantillas de hospitales y centros de salud, entidades de seguro libre y hasta en clínicas privadas, inmersas también en una espiral restrictiva como producto de la crisis.

Como defensa o parapeto ante tan nefasto escenario que se les presenta, los médicos españoles tienen la nada absoluta. Bueno, tampoco exageremos. Es cierto que colegios y sindicatos de algunas provincias sí se baten el cobre por sus intereses, se pegan donde haga falta y luchan hasta la extenuación para frenar los despropósitos y mejorar el estatus profesional de sus representados. El caso más destacado, aunque no el único, es el del Colegio de Cantabria, cuyo presidente tuvo los arrestos y la valentía suficientes como para denunciar ante el fiscal al director del servicio de salud por sus desmanes con la prescripción. Ahí es nada. Sin embargo, no basta. Los valientes que prefieren desgastarse antes que quedar bien ante las autoridades políticas pueden contarse con los dedos de la mano. Son tan pocos, como los representantes que ejercen la medicina en organizaciones y sindicatos de pomposo nombre pero nulos resultados prácticos. La sonora derrota sufrida en materia de prescripción enfermera, corroborada por dos sentencias judiciales posteriores, ratifican el desastre de las entidades que presumen de representar a los médicos. Repasen de nuevo el desolador panorama que se les ha venido encima a los médicos y concluirán que algunas de ellas se dedican sólo, en realidad, a dorarle la píldora al Poder. Mal asunto para los sufridos profesionales.