| lunes, 21 de junio de 2010 h |

Sergio Alonso es redactor jefe de ‘La Razón’

En España, hay políticos que parecen marcianos no aterrizados todavía en el planeta Tierra. Gaspar Llamazares, ilustre prócer que convirtió a Izquierda Unida en la potencia política que es hoy con su capacidad visionaria, es uno de ellos. Recuperado para la causa por el PSOE en pago por sus trabajos pasados, agasajado por la Organización Médica Colegial (OMC) por su excelsa labor en pro de la Sanidad y de los médicos, pese a que siempre se opuso a la colegiación forzosa, y bautizado como personalidad de personalidades en un sector que está pagando ahora sus años de “despiporre”, el diputado ha decidido volver por sus fueros para dar la estocada al ya muerto pacto por la Sanidad que se pergeña en el Congreso. La lectura de su “inconmensurable” aportación al acuerdo que ha de insuflar oxígeno al envejecido Sistema Nacional de Salud (SNS) sería capaz de abrir las carnes hasta al mismísimo Marciano Sánchez Bayle, cuya contribución a denostar a la Sanidad madrileña por la vía de la estadística queda jibarizada ante una avalancha de frases huecas, lugares comunes, tópicos y tics rancios que no se atreven ya a pronunciar ni los ideólogos ultramontantos a los que PSOE de Zapatero decidió mandar a la reserva en 2004. Su aporte intelectual al remedio de los males de la sanidad es tan ridículo, que a su lado el libro blanco que han elaborado José Manuel Freire y compañía parece el Tractatus Logico-philosophicus de Ludwig Wittgenstein, aderezado con unos toques kantianos.

Sería, en fin, para tomarlo a broma, si no partiera de un político cuyo sueldo público triplica con creces el de muchos obreros que ahora se están yendo al paro o al de cientos de médicos españoles que preparan sus maletas para trabajar en el extranjero. Sagaz donde los haya, aunque ignorante quizás de que parte del Gobierno meditó seriamente la posibilidad de instaurarlo la noche previa al anuncio del tijeretazo por Zapatero, Llamazares rechaza en nombre de la Subcomisión del Congreso el copago porque “como se puede apreciar en las series históricas, no ha tenido un impacto importante en la evolución del gasto farmacéutico, ni en la recaudación, ni en su potencial efecto disuasorio sobre el consumo”. Los agobiados consejeros socialistas a los que no les llegan los fondos ni para pagar las nóminas en septiembre ya lo saben: el diputado que se aferra a su cargo tras ser apartado de la dirección de IU, ha hablado. Como si la bancarrota o situación de quiebra que vive el sistema no fuera con él, Llamazares propone también que los ciudadanos acogidos de Muface, las empresas colaboradoras y las mutuas puedan hacer uso también del sistema público. ¿Se imaginan los consejeros de Sanidad de Castilla-La Mancha o de Extremadura, por ejemplo, lo que sucedería en sus servicios de salud si una nueva avalancha de más de 100.000 personas traspasasen sus puertas y se acogiesen a su cobertura?

El parlamentario al que no le han dolido en demasía hasta ahora la parálisis de las normas profesionales, pide, en fin, un desarrollo del Estatuto Marco, y pone sobre la mesa como solución taumatúrgica la creación de una Carta Magna Sanitaria o “definir los elementos constitutivos de la arquitectura estratégica del SNS y el ámbito de la dirección institucional”. Como era de esperar, Llamazares lanza asimismo andanadas contra la sanidad privada acogiéndose a “evidencias empíricas” y propone realizar “estudios sistemáticos e independientes que permitan una evaluación comparativa de los resultados que obtienen las nuevas fórmulas de gestión directa frente a las formas administrativas”. En fin, un dislate, que confirma el absurdo proceso de elaboración de un pacto que no es tal cuando el tiempo apremia ante el avance del déficit.