BARTOLOMÉ BELTRÁN,
Jefe de los servicios
médicos de A3media
| viernes, 28 de marzo de 2014 h |

Debemos nuestros conocimientos en mecánica corporal a las pruebas clínicas y de laboratorio

A lo largo de la próxima década los médicos abordarán las enfermedades más como “hombres del tiempo” que como biólogos. Hace treinta años éramos incapaces de predecir el tiempo con la precisión actual. Se crearon modelos climáticos y la predicción climatológica pasó a convertirse en una industria de alta tecnología y a tiempo real. Llevado a la Medicina esto supone salvar vidas.

En el caso de las enfermedades cardiovasculares como causa primera de morbimortalidad, sabemos que sedentarismo, hábitos alimentarios, exceso de peso o grasa corporal se correlacionan directamente con este tipo de patologías y especialmente con enfermedad coronaria, hipertensión arterial y sus complicaciones cardiovasculares: diabetes, síndrome metabólico o insuficiencia cardiaca, constituyendo el exceso de peso el factor de riesgo más prevalente y el que menos se consigue mejorar.

Recuerdo que antaño, durante el Simposio Internacional ‘Implicaciones cardiovasculares del ejercicio, el deporte y la obesidad’, organizado por la Fundación Ramón Areces y coordinado por los doctores Enrique Asín Cardiel y Arturo García Touchard, se dijo que el ejercicio físico tiene un efecto beneficioso en la prevención de enfermedades cardiovasculares en personas sanas (prevención primaria), pero también terapéutico en pacientes que han presentado algún proceso cardiaco, especialmente coronario (prevención secundaria), y en ellos se basan los programas de rehabilitación cardiaca. Sin embargo el ejercicio físico en exceso puede condicionar una serie de riesgos para el corazón.

Desde los días de los primeros estudios de los científicos Jeremiah Morris y Ralph S. Paffenbarger (símbolos de cambio de paradigma en nuestra forma de entender la actividad física, según subraya David B. Agus en ‘El fin de la enfermedad. Las claves de una vida saludable’), la fisiología del ejercicio ha recorrido un largo trayecto, sobre todo en el pasado reciente. Ha pasado de ser un ámbito de estudio de observación a uno que disfruta de los avances realizados en las ciencias para demostrar en mayor profundidad la respuesta corporal al ejercicio desde un punto de vista biológico. Así, debemos nuestros conocimientos relativos a la mecánica del cuerpo a las pruebas clínicas y de laboratorio que nos demuestran exactamente qué ocurre cuando subimos una cuesta, realizamos una sesión de yoga dinámico o nos limitamos a permanecer sentados todo el día.

Hay datos incuestionables que nos permiten explicar los hechos bioquímicos, desde el cambio que experimenta nuestra sangre hasta cómo la expresión de nuestros genes se canaliza en direcciones distintas.

Una de las ramos más interesantes de esta materia es la denominada metabolómica, una forma de estudio del perfil metabólico cuyo objetivo es detectar patrones bioquímicos en personas que o bien consiguen esquivar las enfermedades o bien reducen su riesgo a padecer determinados problemas de salud.

Se trata de establecer la conexión entre estar en forma y tener un metabolismo adecuado. De este modo, la cantidad de estudios que demuestran la importancia de practicar ejercicio físico para conservar la salud es prácticamente infinita y, además, este campo de la investigación continuará ampliándose, seguro.

Un aspecto actualmente debatido es el tipo de estudios que hay que realizar a las personas que realizan ejercicio físico intenso y a los deportistas de competición. La importancia de detectar estas alteraciones, especialmente en deportistas, puede evitar posteriormente el desarrollo de una patología cardiaca. Porque hace falta matizar los límites entre lo fisiológico y lo patológico en el corazón del deportista, ya que ahondar en esa diferencia puede suponer prevenir muchas muertes súbitas. Es lo que hay. Seguro.