Redactor jefe
de La Razón viernes, 25 de abril de 2014 h
Aunque posiblemente no lo quisiera, el presidente de la OMC, Juan José Rodríguez Sendín, ha abierto un debate de dimensiones colosales sobre la sostenibilidad del Sistema Sanitario con su recomendación de que el mal uso de los servicios sea costeado por sus responsables. Personalmente, no comulgo con la idea. Como bien apunta Juan Jorge Rodríguez Armengol, presidente de la Sociedad Española de Medicina de Urgencias y Emergencias, una medida de ese tipo podría perjudicar a los más débiles, choca diametralmente con la concepción médica en España e implica presuponer que muchos de los que acuden a un dispositivo sanitario lo hacen por gusto, cuando la realidad es que la hiperfrecuentación innecesaria es esporádica y excepcional. Recuerdo que en Madrid se registró hace siete años el caso de varios pacientes que acudieron casi 200 veces a su centro de salud, lo que certifica que la utilización irracional y abusiva de los recursos existe, sí, pero sin ser, desde luego, la práctica común. Apenas eran un puñado.
Las palabras de Sendín son interesantes, sin embargo, por otros motivos. Detrás de ellas se trasluce que la Sanidad bien puede recabar ingresos extra por el lado de la demanda, lo que comparto, y que existe margen de ahorro si se gana en la eficiencia, una verdad mayúscula. Para ratificar estos hechos hay que partir de la base de que el sistema permanece en un estado latente de bancarrota del que no se saldrá hasta que mejore la recaudación impositiva y hasta que se haga una verdadera reforma, algo que no todo el mundo está dispuesto a admitir. La necesidad de taponar los agujeros de la bolsa que señala Sendín se hace incluso más necesaria en un entorno como el actual, con un alto envejecimiento de la población y con la llegada al mercado de fármacos verdaderamente revolucionarios de elevada utilidad terapéutica contra algunas patologías pero de costes inasumibles por el modelo vigente: no parece viable que la Sanidad pueda pagar 70.000 euros por tratamiento a alrededor de 800.000 pacientes de, por ejemplo, hepatitis C, porque entonces España entera quebraría. Hagan la multiplicación y verán lo que les sale.
Pero al gato al que apunta el presidente de la OMC nadie quiere ponerle el cascabel. Desgraciadamente, ya ha transcurrido más de la mitad de la legislatura y se ha dejado pasar la oportunidad de acometer la reforma que apuntale al SNS. El “buenismo” electoral ha sucedido a la época de los recortes y nadie moverá más fichas, como evidenció Madrid con la externalización de la gestión. De lo que no cabe duda es de que si mejorara la eficiencia de los centros existentes, se racionalizara la gestión de la demanda y se taponaran los poros por los que se fugan cientos de millones cada año, España sufriría menos para pagar tratamientos de vanguardia.
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