Aunque lo lógico sea siempre echar la culpa al árbitro, al terreno de juego o a factores externos, como hacen muchos equipos de fútbol cada vez que pierden, los médicos de a pie, esos sufridos médicos que llevan meses recibiendo estoicamente en sus carnes la lluvia de los ajustes con los que España trata de cuadrar el déficit público, no deben orientar sólo el foco de sus iras hacia las autoridades sanitarias. Es cierto que gran parte de las decisiones oficiales, en todos los territorios y bajo todo tipo de gobiernos -populares, socialistas y nacionalistas-, son las causantes del desastre en el que se halla sumida la profesión. Bajada de salarios, multiplicación de las facultades, amortización de plantillas, obstáculos extremos a la libertad de prescripción, jubilaciones forzosas, externalizaciones, contratos basura, precarización extrema, desempleo… Sí, las autoridades son responsables en primera persona de la balumba de medidas que hacen hoy un poco más difícil que hace algunos años ejercer la Medicina en España, pero nada de esto habría ocurrido, o al menos gran parte de ello, si los médicos contaran con organizaciones fuertes en el ámbito sindical, científico y colegial. Organizaciones capaces de parar golpes, echar pulsos reales con visos de victoria al Ministerio y a las Consejerías, de forzar la retirada de leyes y decretos y, sobre todo, de dignificar la profesión.
No, desgraciadamente, no hay nada de esto en el desolador panorama sanitario español. La falta de líderes y de entidades verdaderamente capaces de articular medios de defensa está dejando desarmados a los médicos y abonando el camino de los ajustes a Administraciones ávidas de obtener recursos con los que cuadrar sus depauperadas cuentas por la caída de la recaudación impositiva. El ansiado liderazgo de colegios, sindicatos y sociedades científicas no es un brindis al sol ni un mero desideratum, sino algo posible y real, que existió en un pasado no muy lejano y que sirvió para detener parte de las acometidas que ahora llegan en forma de todo tipo de iniciativas. Echemos la vista atrás. Una huelga médica, por ejemplo, erosionó enormemente al Gobierno socialista en el final de su primer mandato en Moncloa, cuando todavía existía el Insalud y al frente de él se situaba Carmen Martínez Aguayo. Y el plante que la Confederación Estatal de Sindicatos Médicos (CESM), con ayuda de una Organización Médica Colegial (OMC), fue también determinante para que los hospitales tradicionales no se convirtieran en fundaciones públicas sanitarias, regidas en parte por el derecho privado, cuando Alberto Núñez Feijóo estaba junto con Romay en el Ministerio. La férrea oposición del entonces secretario general, Carlos Amaya, detuvo en seco la acometida del Gobierno, como frenó también años más tarde la jubilación forzosa que ideó el consejero Juan José Güemes en Madrid. Hoy, fallan los argumentos de defensa, los liderazgos y las ideas. Las organizaciones médicas viven sumidas en una crisis sin precedentes y están instaladas en un mundo paralelo desapegado de la situación que se respira en los hospitales y los centros de salud. Lejos de anticiparse a los problemas, como hacen sus colegas farmacéuticos, actúan siempre a rebufo de ellos y carecen de poder real de influencia en los ámbitos de poder. Éstas y no otras razones explican la crisis que padece una profesión encomiable y no valorada en los términos que merece.
¿Qué miembro de la Junta del Colegio de Médicos de Madrid ha vuelto a tirar de un familiar para realizar un trabajo en favor de “sus amigos”? ¿Quién enchufó al que todos conocen como “gordito feliz” en dicho colegio?
¿Qué alto cargo del PP quiere tener el menor contacto posible con industria y médicos para no verse comprometido por las peticiones que pueden formularle?
¿Qué vínculos había entre la empresa de un médico hoy en horas muy bajas y la OMC en tiempos de Guillermo Sierra?
¿Qué médico está frenando en seco la posibilidad de que las enfermeras puedan prescribir, gracias a un importante contacto en el Ministerio?