Redactor jefe
de La Razón viernes, 09 de mayo de 2014 h
La inminente llegada de las elecciones —primero las europeas, luego las autonómicas y, después, las generales— va a dar un vuelco espectacular a la forma en la que se estaba practicando la política sanitaria en España. Si hasta ahora era la Sanidad el sector en el que recaían la mayor parte de los ajustes, y en el que se estaban tratando de introducir la mayor parte de las innovaciones dirigidas al ahorro, como en Madrid, el calendario de los comicios empieza a imponer medidas conciliadoras de toque muy conservador. Algo así como un más de lo mismo con nuevos gestos hacia los profesionales para apaciguar los ánimos y devolver la paz social a un sector encrespado por las consecuencias de las restricciones presupuestarias. Es lo que ha ocurrido en la capital y comenzará a suceder en todo el país. En Madrid, la consejería ha optado por rentabilizar al máximo los recursos ya existentes incentivando el uso de los mismos en fin de semana, y por disminuir la precariedad laboral convirtiendo a 5.000 eventuales en interinos. Ahí es nada. En principio, el plan no tiene nada que objetar. Parece razonable exprimir al máximo la tecnología y los medios disponibles antes de externalizar su uso o concertar el aparataje con la privada. Con ello deberían ahorrarse costes -habrá que verlo- y se reducirán las listas de espera, lo que mejorará la percepción que los madrileños tienen de su Sanidad. Tampoco cabe objeción alguna a las mejoras laborales introducidas: las dudas sobre la permanencia en el puesto de trabajo no son aliciente suficiente para mejorar la productividad y el clima laboral en un entorno copado por los trabajadores estatutarios. Ahora bien, aunque el grueso de las nuevas medidas es razonable, ¿puede afirmarse que resultan suficientes para optimizar la Sanidad bajo una situación económica crítica, en la que apenas hay presupuestos para dar respuesta a la asistencia? Desgraciadamente, creo que no.
Además de echar por tierra las medidas revolucionarias que puso en marcha Javier Fernández Lasquetty, desdiciéndose así de lo que antes predicaba, la consejería ha dado un giro copernicano con fines políticos para no perder votos en los próximos comicios. Como médico, el consejero Javier Rodríguez sabía lo que demandaban los colegas de profesión y ha tomado cartas en el asunto para impedir que los hospitales vuelvan a incendiarse con algaradas y protestas jaleadas desde la izquierda. Pero la Sanidad no está en Madrid ni en el resto de España para parches ni retoques cosméticos: necesita iniciativas revolucionarias que apuntalen su hoy incierta sostenibilidad. Tal vez era suicida proseguir con el plan Lasquetty, pero las necesidades reales del sector ante la falta de financiación y el aumento de los costes apuntan más a la necesidad de medidas como las que propugnaba el anterior consejero, que a las que se han puesto en marcha ahora.
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