Redactor jefe
de La Razón viernes, 28 de marzo de 2014 h
Siempre que se vuelve la vista al pasado en Sanidad, los más viejos del lugar recuerdan con añoranza los tiempos de la Comisión abril y del informe que recibió su nombre. Pese a que fueron objeto de todo tipo de comentarios y debates críticos en su momento, las conclusiones emanadas de aquel panel de expertos fueron pronto mitificadas, y los firmantes del documento quedaron elevados a los altares por el establishment que define lo que es o no políticamente correcto, hasta el punto de que es común decir en las conversaciones de café y en los cenáculos oficialistas que no hubo nunca políticos sanitarios como aquellos ni se conocieron después sombras que se les parecieran. Sin restar un ápice de mérito a aquel grupo de reputados, valientes y avanzados sanitarios —algunos sencillos y otros envanecidos por el mero hecho de haberse conocido—, entre los que se encontraban Enrique Costas Lombardía, Juan José Artells, Lluis Bohigas, Carmen Martínez Aguayo, José María Segovia de Arana o Rafael Bengoa, he de decir que no comparto la mayor de que aquella fuera la mejor generación de la historia de políticos del sector. Aunque muy buenos en su mayoría —alguno infravalorado y otros claramente elevado al estrellato por la propaganda oficial—, creo que sí ha habido una generación de representantes a los que la historia no ha valorado aún convenientemente ni en su justa medida. Aludo en concreto a los consejeros que, allá por 1996, y hasta prácticamente el año 2000, frecuentaban el Madrid aznaril y el Ministerio de José Manuel Romay. La lista da verdaderos gigantes, empezando por el ya fallecido Iñaki Azkuna, un dechado de campechanía, hasta seguir por Guillermo Fernández Vara, lleno siempre de sentido común, el cáustico pero inteligentísimo Eduard Rius, o Santiago Cervera, al que estoy seguro de que la maniobra de una mano oscura ha apartado del foco mediático.
De aquellas reuniones maratonianas del Consejo Interterritorial recuerdo también al espigado Alberto Núñez Feijóo, entonces casi un primerizo en política pero la presidencia del Insalud, y hoy uno de los pesos pesados de la política autonómica y nacional. También a José Luis García Arboleya, al que sólo cabe afearse el abrir la brecha para que las autonomías hicieran de su capa un sayo en materia de fármacos. Pasaron por allí José Manuel Fernández Santiago, todo política, y un elenco de nombres que luego hicieron carrera con mayor o menor fortuna en la Administración o en la empresa privada. Si la Comisión Abril abrió la caja de Pandora de lo que hay que hacer en Sanidad cometiendo el pecado de decirlo antes de tiempo, la generación del 96 sentó las bases realistas de lo cómo aderezar la Sanidad de forma pragmática sin convulsionar a las masas. Exclusión de fármacos obsoletos del sistema, nuevas fórmulas gestoras, equidistancia con los proveedores… La suya no fue una labor revolucionaria, pero sí importante trascendental para lo que ha de venir.
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