SERGIO ALONSO,
Redactor jefe
de La Razón
| viernes, 17 de enero de 2014 h |

Siento una vez más ser escéptico y hasta crítico, pero si no lo digo reviento: el Sistema Nacional de Salud está perdiendo una oportunidad histórica para acometer las verdaderas reformas que le hacen falta. Si no adopta pronto cambios drásticos, y hasta revolucionarios, aprovechando la oportunidad que le brinda la crisis económica, terminará pereciendo en el tiempo víctima de la indolencia y la complacencia de sus dirigentes, y los profesionales y los pacientes serán los primeros en sufrir en sus carnes ese letargo atávico o calma chicha en los que se ha instalado permanentemente el sector. Habrá algunos que nieguen la mayor y que esgriman furibundos que desde 2007, fecha en que arrancó el torbellino económico, hasta ahora, se han hecho muchas cosas, operado importantes cambios e inoculado nuevos aires de suma importancia. A estos y a los que se regodean de que todo irá bien en cuanto España crezca porque las cosas terminan siempre arreglándose por sí mismas, como pensaba el PSOE en su tiempo, les replico que no, que no es así, que en realidad no se ha hecho nada y que las modificaciones introducidas en el sistema son estéticas, apenas un barniz que no parará el golpe de una medicina cada vez más cara para una población cada vez más envejecida en un entorno de recursos cada vez más menguantes aunque el PIB llegue alguna vez a crecer.

No, en estos últimos siete años no se han hecho más que operaciones de maquillaje, como bien apuntaba Lucía Barrera en estas mismas páginas hace una semana. Operaciones cosméticas y cortoplacistas destinadas a parar golpes, salir del paso y rehuir los problemas dilatando su solución en el tiempo o, simplemente, renunciando a ella. Nada más. En materia de medicamentos, dichas soluciones han sido meros parches: o se ha sangrado al sector o se han dejado de pagar los fármacos convirtiendo a los boticarios en financiadores de la ineficiencia de las administraciones. ¡Menudos remedios! En materia de gestión ha ocurrido otro tanto. Siete años después de que estallara la crisis, los hospitales tradicionales siguen siendo focos de rigideces administrativas y agujeros por los que se escapa el dinero, mientras la participación privada continúa paralizada por razones políticas y de defensa del estatus quo. Poco o nada se ha hecho tampoco en materia de personal. Ni ha habido reforma drástica del régimen estatutario, ni se premia el esfuerzo, ni se castiga al indolente. Tiene gracia que el Consejo Asesor se descuelgue ahora con la propuesta de equiparar la retribución básica en todo el SNS. ¿Para llegar a tal conclusión hace falta consejo asesor?

El sistema, en fin, sufre la parálisis que aqueja a sus dirigentes. La primaria está aplastada por su propia burocracia, la atención a la dependencia flaquea y las Consejerías pasarán otro duro año para sufragar la asistencia. ¿Por qué nadie se pone el mono y apuntala de una vez el sistema?

w ¿Por qué ha renunciado la Academia de Medicina a continuar la senda reformista que emprendió Díaz Rubio?

w ¿Qué alto cargo del Ministerio culpa a otro del desaguisado del copago farmacéutico?

w ¿Es consciente el PP del tinte ideológico que ha adquirido la nueva junta directiva de Facme?

w ¿Qué gerente de un hospital privado madrileño arrastra una fama pésima de su estancia anterior en la pública? ¿Qué “affaire” le persigue?