| lunes, 05 de julio de 2010 h |

Sergio Alonso es redactor jefe de ‘La Razón’

Aunque se ha tomado todo tipo de molestias para encubrirla, el Ministerio de Sanidad ha desvelado finalmente su verdadera hoja de ruta, el leitmotiv de su funcionamiento interno de cara a lo que resta de la legislatura. La esencia, básicamente, consiste en sortear los revuelos y apagar el ruido mediático, con independencia de todo lo demás, no vaya a ser que a José Luis Rodríguez Zapatero le dé por alterar sus previsiones para insuflar aire fresco a su desgastado Gobierno, y ponga la mira en lo que ocurra en el Paseo del Prado de cara a posibles ascensos o castigos, según soplen los vientos. En esta estrategia sanitaria de relumbrón y de amplios horizontes para el hoy hundido sistema sanitario hay que enmarcar las súbitas prisas de los altos cargos ministeriales a la hora de tramitar en el Congreso la reforma de la ley del tabaco, después de meses de inexplicable parón, y la intentona desesperada del secretario general José Martínez Olmos de edulcorar la revuelta médico-farmacéutica para mitigar en la medida de lo posible la presencia de ambos profesionales en la protesta histórica del pasado 26 de junio.

La intrahistoria de los intentos ministeriales de apagar el eco de la concentración antes de que ésta se produjera es reveladora de la fobia que tienen a los titulares negativos en estos momentos Trinidad Jiménez y sus lugartenientes. Tan reveladora, como las rectificaciones que son capaces de imprimir a sus propias políticas para apagar voces críticas y escapar así de los temas de conversación de los tertulianos de lengua más afilada, o como el realce que la propaganda oficial trata de hacer de la llamada “Política Social” —si hay algo antisocial son los recortes y la gestión nefasta de la crisis—, frente a la parcela estrictamente sanitaria. Los hechos previos a la protesta ocurrieron así: sorprendido por la súbita presencia de los farmacéuticos en la algarada que habían convocado los médicos contra el ‘tijeretazo’ a las puertas del Paseo del Prado, el número dos del Ministerio y verdadero factótum de éste aprovechó la conocida ya como “conexión OMC” tras la “vital” reunión sobre los pacientes polimedicados, para mostrar su lamento ante la irrupción en las protestas de los boticarios, y edulcorar en lo posible las quejas médicas. La consigna era clara: pocos manifestantes, quejas genéricas y nada de cargar contra el Gobierno de Zapatero ni contra el Ministerio de Sanidad. De ahí a las llamadas a presidentes de colegios provinciales de médicos rogándoles encarecidamente que no acudieran a Madrid, y menos que enviaran autobuses con facultativos, fue sólo un paso. Y de ahí a las llamadas a la Confederación Estatal de Sindicatos Médicos (CESM) pidiendo a Patricio Martínez que se desligara de los boticarios, fue otro. El intento, sin embargo, se reveló tardío y, por lo que se vio, estéril.

Fruto de esta estrategia amortiguadora de golpes y difuminadora de titulares contrarios a la ministra fue una menor presencia médica de lo esperado, es cierto. También un golpe prácticamente irreversible al ya atomizado Foro de la Profesión Médica. Patricio, como Facme, parece que empieza ya a abrir los ojos. Pero también lo es que, no se sabe si por desconocimiento o por falta de información, las autoridades ministeriales no calibraron bien el enfado de los boticarios de Madrid o el Levante, y su capacidad de arrastrar a compañeros de otras provincias contra unos recortes que socavan el Estado de bienestar. “La defensa de la sanidad pública pasa, entre otras medidas, por salvaguardar la dignidad de la profesión y, más concretamente, por no castigarla económicamente tras haber sido el puntal que ha logrado mantener a flote la buena imagen del SNS durante muchos años de penurias y mala gestión”, recordaba con tino la CESM. La mecha contra Sanidad está ya, en cualquier caso, prendida en el sector.