| domingo, 27 de septiembre de 2009 h |

Sergio Alonso es redactor jefe de ‘La Razón’

La cohesión en el Sistema Nacional de Salud (SNS) es un desastre. Ante la falta evidente de autoridad del Ministerio de Sanidad, que ha apostado desde 2004 por una dañina política de laissez faire, cada autonomía va por su lado y la uniformidad brilla simplemente por su ausencia. A pesar del elogiable esfuerzo que el propio departamento de Trinidad Jiménez y la mayoría de las comunidades están realizando para contrarrestar esta dañina tendencia en un asunto tan crítico como es la gripe A, la eclosión definitiva de la pandemia pondrá sobre la mesa, nadie lo dude, la peligrosa atomización del sistema sanitario español y su división en 17 islas casi independientes que se mueven a su libre entender y arbitrio. Sucedió con la epidemia de meningitis en la primera legislatura del PP y se repitió con otra gran enfermedad mediática: la de las ‘vacas locas’. El suceso, en apariencia irreversible, ha empezado a producirse ya, y las disparidades salpican no sólo a las autonomías, sino al interior de las mismas, generando una sensación de descontrol difícilmente justificable ante los ciudadanos cuanto se habla de un área tan sensible como la Salud Pública.

En Navarra, por ejemplo, y con la sorprendente defensa de la Dirección General de Salud Pública, el calendario escolar quedará alterado con respecto al resto de las comunidades. El peligro de generarse un efecto dominó en otras autonomías limítrofes y no limítrofes es más que evidente; casi tanto como el riesgo de quiebra de la planificación colegial en todo el Estado. En materia de vacunación, puede suceder otro tanto: feudos como Madrid y Valencia se adelantaron al resto este verano, al anunciar su intención de proceder primero desde sus centros de salud a la inmunización contra la gripe común, adelantando las fechas de la misma, con el fin de despejarlos de cara a una posible llegada en tromba, con los primeros fríos, de pacientes aquejados por el virus H1N1. La fragmentación del calendario vacunal no es algo nuevo: fue el primer efecto de la sorprendente transferencia del área de Salud Pública a las comunidades sin una cláusula de salvaguarda en favor de la autoridad central que representa, como garante de la salud de todos los ciudadanos españoles, el Ministerio de Sanidad y Consumo, hoy de Políticas Sociales.

Si existe atomización en la asistencia, y en la planificación, también la hay en los mensajes: mientras Sanidad y las autonomías apuestan por la vía ortodoxa para no generar alarma social y evitar la saturación injustificada de los servicios sanitarios, el Colegio de Médicos de Madrid se descolgó en verano con una pancarta que ha desatado la sorna entre los epidemiólogos y la chufla de los ciudadanos. El chascarrillo del verano —“no des la mano, no beses, di hola”— se producía en los mismos días en que un hospital que apenas se encuentra a cuatro kilómetros de distancia, el 12 de Octubre, vulneraba los protocolos elementales al ingresar a un paciente aquejado por gripe A en la UCI de Cirugía Cardíaca. A los facultativos que dieron la voz de alerta y rechazaron tal opción les habría resultado más útil el apoyo público del colegio y su rechazo rotundo a tal práctica, que la frase de marras que preconiza el saludo japonés, pero es lo que hay, y de donde no hay no se puede sacar más.

Como no se puede sacar más del actual modelo sanitario y de un Consejo Interterritorial al que acuden voluntariosos consejeros autonómicos que, sin embargo, se niegan en redondo a dotarle de personalidad jurídica. Sin ella, las decisiones allí adoptadas son bonitos brindis al sol y excelsas loas al viento, que no frenan la tendencia disgregadora que impera en el SNS. La crisis de la gripe A amenaza con romper ya definitivamente todo el sistema.