En el año 2009, la Universidad Ruhr de Bochum, en Alemania, realizó el primer trasplante autólogo de células madre de sangre de cordón umbilical en un niño de dos años con parálisis cerebral y en estado vegetativo persistente tras sufrir un paro cardiaco. La reanimación, que duró unos 25 minutos, provocó graves daños cerebrales en el paciente, que recibió nueve semanas más tarde una transfusión de sus propias células madre, almacenadas por sus padres en el banco de Secuvita, justo en el momento de nacer.
Con anterioridad a la intervención, se había demostrado en modelos murinos de isquemia perinatal la eficacia de este trasplante para impedir el desarrollo de paraparesia espástica. En concreto, se había observado que la mayoría de estas células se dirigían con una alta especificidad hacia la zona dañada del cerebro dentro de las primeras 24 horas tras el trasplante por vía intraperitoneal. Este proceso quimiotáctico se produce por la liberación en el cerebro lesionado del factor derivado del estroma (SDF-1), con gran afinidad por las quimioquinas CRXCR4 que expresan las células madre trasplantadas en el paciente.
Una semana después del trasplante, el paciente había dejado de llorar y respondía a estímulos acústicos y, a las cuatro semanas, también la espasticidad se había reducido ligeramente. Dos meses más tarde, el control motriz del niño había mejorado y, a los cinco meses, el electroencefalograma del paciente era ya normal. Pero lo que interesa ahora, dado que existen numerosos ensayos clínicos en marcha en la actualidad en la evaluación de la eficacia de este tipo de trasplante en parálisis cerebral, son los resultados a largo plazo. Y, 40 meses más tarde, los datos son esperanzadores ya que se observan mejoras en la competencia del discurso expresivo y receptivo, con frases de cuatro a 200 palabras, sumado a que el paciente ya camina y empieza a adquirir una posición vertical.