Qué miembro del Gobierno fue el que puso sobre la mesa el recorte farmacéutico como medio para aplacar la tormenta financiera que se avecinaba?
Qué efecto tendrá la elevada prima de riesgo en la capacidad de financiación de la Sanidad?
Qué tapado del PP experto en economía intenta mover ficha para hacerse con las riendas del Ministerio de Sanidad en caso de una victoria del PP en las generales?
Qué conocido postulante se ha ofrecido como asesor áulico a al menos dos consejeros de Sanidad del PP llegados al cargo tras las últimas autonómicas?
Sergio Alonso es redactor jefe de ‘La Razón’
Inmerso de lleno en una de las mayores tormentas financieras que se recuerdan, y zarandeado por culpa de un déficit gigantesco en todo el territorio, el Gobierno volvió este verano a echar mano de la Sanidad para aplacar a los mercados y acallar las llamadas de atención que le llegan de forma periódica desde Bruselas. Resulta curioso que mientras el primer ministro Silvio Berlusconi se animara a extender a todas las áreas posibles los recortes, así como a acelerarlos, con el objetivo de cuadrar las maltrechas cuentas de Italia, José Luis Rodríguez Zapatero y Elena Salgado prefirieran olvidarse en cambio de poner en marcha una verdadera reforma laboral, de acelerar aún más la reestructuración del sistema financiero o de fijar un techo obligatorio de gasto a las autonomías que penalice realmente a las incumplidoras, como pedía la UE. En su lugar, el presidente y su vicepresidenta económica han optado por la vía fácil de entregar a los mercados una nueva porción de ahorro en gasto farmacéutico, como quien ofrece un cordero en sacrificio a los dioses, como pago por sus favores.
Llamativo es, pues, que una Sanidad olvidada en los sesudos debates sobre el Estado de la Nación, dejada de la mano de Leire Pajín, la de la conjunción planetaria, y en práctica quiebra técnica en medio de la indiferencia del Gobierno, sea de nuevo el epicentro de los recortes, el lugar del que echan mano Zapatero y su séquito de Moncloa para corregir la impericia y la nula capacidad del Ejecutivo de prevenir una crisis que amenaza con llevarse por delante a España, como a otros Estados con cuentas similares o peores. ¿Es suficiente con lo que ha hecho? No sólo es insuficiente, sino que, además, es injusto.
Es injusto porque la nefasta situación económica española requiere ajustes y medidas de eficiencia en todos los ámbitos del país. Es injusto porque la Sanidad no debe ser considerada sólo por el Ejecutivo como un depósito del que extraer fondos para ganar tiempo hasta que lleguen las elecciones. Y es injusto porque medidas del calado de la extensión de los genéricos o el retoque de los precios de referencia, si es que se producen en la práctica, que hay que verlo en función del calendario, son sólo parches en medio de la nada, remedios caseros en vez de soluciones estructurales: una curación de mentirijillas para distraer a los mercados. La prueba de fuego es fácil. Si tanto le preocupa al Gobierno el gasto farmacéutico, hasta hacer de él bandera de los recortes, ¿por qué no mete la tijera en el generado en los hospitales, que es el que más crece? Porque en el fondo sólo busca la estética, el efectismo y la el aderezo que entretenga a Bruselas hasta que lleguen tiempos mejores y el PP cometa errores.
El problema latente para el sector es que, pese a los esfuerzos que ha hecho, va a tener que hacer muchos más. El golpe de este verano es duro, pero más por su inutilidad para ayudar a la maltrecha economía que por su impacto en las cuentas; más por su simbolismo, que encierra la instrumentalización de la Sanidad por parte del Gobierno, que por su repercusión en la actividad del sector. Ahora, éste ya sabe que sólo existe para el Ejecutivo a efectos de obtener ahorro. No es más que un pilar del Estado de Bienestar del que detraer fondos. Su subsistencia, en el fondo, parece importar sólo en la medida en que siga aportando fondos para tapar agujeros.