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Médicos y representantes de la industria piden herramientas que evalúen el coste general del proceso patológico y no sólo el inmediato
El conocimiento que generan los ensayos clínicos y el fracaso de muchos desarrollos también tiene un precio que debería computar
C. Ossorio
Barcelona
En estos tiempos de recesión económica, las compañías biotecnológicas tienen por delante un arduo camino para ver materializada su ingente inversión en el desarrollo de fármacos innovadores.
Aunque está en auge la puesta en marcha de mecanismos como los contratos de riesgo compartido para facilitar la inclusión de los medicamentos en los hospitales, las exigencias de los servicios de farmacia son cada vez más altas en aras de la sostenibilidad.
La cuestión es ¿cómo se mide el valor de los productos biotecnológicos? Fue uno de los temas abordados durante el Foro Biotech “Innovación en Terapias Humanas a través de la Biotecnología”, organizado por Amgen y el Parque Científico de Barcelona (PCB).
A juicio de Jordi Martí, director General de Amgen de España y Portugal, “antes la innovación era suficiente”, pero en la actualidad el valor añadido pasa por contar con una visión a medio y largo plazo del proceso de la enfermedad, y por ser capaces de contestar a las preguntas tanto de clínicos como de financiadores.
Para Jordi Sierra, jefe del Servicio de Hematología Clínica del Hospital de la Santa Creu i Sant Pau de Barcelona, “son necesarias buenas herramientas para evaluar el coste beneficio, que no se basen fundamentalmente en el coste inmediato, sino en el concepto general de los costes que genera una patología y en la falta de productividad que significa tener una persona enferma”.
Pere Gascón, jefe de Servicio de Oncología del Hospital Clínic de Barcelona, subrayó el papel clave de la farmacoeconomía. Así, pidió mayor consideración para los fármacos caros que a la larga suponen un ahorro para el sistema, que además confieren mayor calidad de vida al paciente —un parámetro “poco valorado”—.
Justificar decisiones
En lo que todos los ponentes coincidieron es que el trasfondo de este debate es el eterno problema del precio. ¿Cómo se computa en el valor añadido el valor colateral del conocimiento generado y el coste del fracaso en otros desarrollos paralelos?, preguntaba Lluís Ruiz, de Janus Developments. En su opinión, la mayor dificultad radica en cómo justificar decisiones que suponen inversiones muy altas a tantos años vista, con un perfil de producto que no saben si 20 años más tarde ocupará una necesidad no cubierta.
Según Carlos Buesa, de Oryzon, se necesita una visión “muy a largo plazo”, ya que “hay muchos costes que se consideran hundidos y cuando se pretende hacer una valoración farmacoeconómica de un ahorro hay muy poca receptividad por parte del interlocutor”.
Por otro lado, los expertos pusieron de manifiesto la necesidad imperante de la colaboración público-privada para hacer realidad proyectos. “Estoy convencido de que es la única manera de seguir”, comentaba Martí.
Restricción de ‘partners’
Eso sí, para Sierra, “en época de crisis, hay que optimizar la selección de los partners, más que disminuir la inversión en desarrollo”.
También señaló que España es uno de los peores países para hacer ensayos clínicos, dada la descentralización de los comités éticos y la burocracia necesaria para obtener un permiso. “Es algo que hay que cambiar, la Comisión Europea ha sometido a revisión su directiva, porque ha visto que con ella declinaba la investigación clínica en España y en Europa”, explicó.
En este sentido, Lluís Ruiz pidió a la Administración española un sistema de respuesta ágil en la toma de decisiones, y Jordi Martí lamentó que en España “no hay cultura de medir”. “Es hora de que los hospitales hagan benchmark y empiecen a medir, y si ya se hace, que sean transparentes”. Los ponentes también pusieron sobre la mesa que “sin patentes, no hay beneficios a largo plazo”. Martí incidió en que en España “la métrica es el paper y no la patente”.