En España, el gasto en ciencia no ha superado nunca el 1,39 por ciento del PIB, una cifra que alcanza el dos de media en Europa. Sin embargo, la menor inversión no es la causa principal de retraso científico español, este escaso presupuesto en ciencia es consecuencia de la realidad social, la mentalidad y los planteamientos que perviven a lo largo del tiempo. “No se invierte en ciencia porque se desconfía de la utilidad de hacerlo”. Así lo afirman e su introducción los coordinadores del Libro Reflexiones sobre la Ciencia en España. Cómo salir del atolladero, editado por la Fundación Lilly.
La obra, en la que han participado más de 20 científicos y emprendedores, analiza la situación actual de la ciencia en España, con énfasis especial en las oportunidades que hay por delante, concreta José Antonio Sacristán, director de la Fundación Lilly. Incluye también ejemplos concretos de centros de referencia en investigación e innovación, en los que “además de demostrar que es posible, se describe cómo han logrado introducir los cambios culturales y organizativos necesarios que les han permitido crear y mantener investigación de excelencia”, añade.
Entre las líneas estratégicas de actuación para impulsar la ciencia, los autores del libro coinciden en destacar la necesidad de actuar sobre la educación a todos los niveles, y concretamente sobre la universidad y los organismos públicos de investigación. “Teniendo en cuenta que es parte sustancial en la creación de la ciencia, parece necesario revisar su sistema de gobernanza para adaptarlo a la promoción de la excelencia investigadora”, señala Juan Manuel Rojo, catedrático de física e investigador de Imdea Nanociencias.
Estrategia global en I+D
También se demanda que se defina una estrategia global en I+D fundamentada en las necesidades, capacidades y oportunidades del país, que haga posible dar un salto cualitativo y cuantitativo al sistema español de investigación e innovación. Esto pasa por el compromiso de todos con la I+D, por la colaboración y complementariedad entre científicos, gestores públicos y agentes económicos, detalla José Antonio Gutiérrez Fuentes, exdirector del Instituto de Salud Carlos III y consejero honorífico de la Fundación Lilly. En este sentido, el libro pone de manifiesto, con el caso de Cataluña, cómo una política de apoyo decidido y a largo plazo del conocimiento científico puede generar un nuevo modelo de hacer ciencia, así como las ventajas de aunar la política económica y científica.
Los autores también solicitan mayor flexibilidad en el modelo de gestión de la investigación. Para cambiar el modelo es preciso desarrollar una cultura en la que haya más espacio para la ambigüedad, la intuición, la oportunidad y la disrupción, una organización ligera, flexible y fluida, describe Sacristán. Además, para favorecer este cambio cultural hacia la investigación creativa, innovadora y de progreso es preciso introducir cambios en el sistema de incentivos para los investigadores. En esta línea, añade que desde hace tiempo se ha realizado un correcto diagnóstico de la ciencia en España y parece claro también cuál es la solución apropiada, pero por diversas razones dicho tratamiento no se aplica.
Andrés Moya, catedrático de genética de la Universidad de Valencia e investigador en la Fundación Fisabio, por su parte, señala que a pesar de las propuestas de solución, “siempre parece que falla algo, particularmente en periodos críticos”, algo que, a su juicio, se debe a una insuficiente valoración por parte del poder ejecutivo sobre las excelencias de la ciencia. Así, este investigador apuesta por promover “la existencia de científicos en la política y de políticos en la ciencia”.
A pesar de las dificultades, en España se cuenta con iniciativas de excelencia que hoy brillan con luz propia en el panorama científico y empresarial internacionales, recuerda Gutiérrez Fuentes. El libro recoge casos como el del Instituto de Investigación Sanitaria del Hospital Universitario de La Princesa, el Centro de Regulación Genómica o el Instituto Valenciano de Infertilidad (IVI), todos ellos innovadores en el planteamiento del modelo de investigación.
A pesar de estos casos de éxito, España posee un sistema de investigación de calidad pero en exceso polarizado, es decir, a pesar de los ejemplos de excelencia la media es baja.
Según el informe La Inversión en I+D+i elaborado por EAE Business School, en 2014 España cuenta con 20.437 empresas que cooperaron en materia de investigación, desarrollo e innovación, un 2,6 por ciento menos que en el periodo anterior. En 2014, el 100 por cien de las empresas innovadoras o con innovaciones en curso cooperaron con otra entidad en materia de I+D+I. Si el 40 por ciento de los centros tecnológicos cooperaron con otras entidades, el 24 de las universidades y centros de enseñanza superior lo hizo, y el 22 por ciento de consultores, laboratorios comerciales o institutos privados de I+D.
Los sectores que presentan un mayor porcentaje de empresas innovadoras son las industrias del petróleo, servicios de I+D, farmacia, productos informáticos, electrónicos y ópticos y Química, sectores donde el 88, 67, 64, 55 y 50 por ciento de las empresas se pueden etiquetar como innovadoras. De hecho, en farmacia de incrementó un 8,38 por ciento este porcentaje desde 2010.