“Seguramente, el bronquio traqueal no es una mera alteración anatómica, ya que está asociado a varias patologías respiratorias en la población pediátrica”, señala Silvia Castillo, del Servicio de Pediatría del Hospital Clínico Universitario de Valencia. Esta experta es la autora principal de un estudio multicéntrico sobre morbilidad y patogenicidad del bronquio traqueal en niños, cuyas conclusiones se presentan en el 37º Congreso de la Sociedad Española de Neumología Pediátrica.
En este trabajo, los investigadores analizaron los resultados de 10.000 fibrobroncoscopias realizadas en población pediátrica en once hospitales. 93 niños presentaban bronquio traqueal. Posteriormente, identificaron las patologías respiratorias que sufrían estos niños. “Se detectaron neumonías en un 44 por ciento de ellos; atelectasias en el 33 por ciento; reflujo gastroesofágico en el 31 por ciento; malformaciones congénitas del tubo digestivo en el 7 por ciento. El 30 por ciento de los niños presentaban tos crónica o recidivante”, comenta Castillo.
Aunque el diseño de este estudio no permite establecer que el bronquio traqueal sea la causa de las citadas patologías, Castillo comenta que “los datos apuntan a que el bronquio traqueal no es simplemente una alteración anatómica”. Y aconseja que, si se detecta la alteración, “se explore si hay patologías respiratorias”. Asimismo, “si un niño tiene una neumonía de repetición, vale la pena realizar una fibrobroncoscopia para descartar el bronquio traqueal”.
Por otro lado, María Araceli Caballero, de la Unidad de Neumología y Alergología Pediátrica del Hospital del Mar, presentó resultados de un estudio con ocho pacientes pediátricos sobre la evolución del asma grave tras el tratamiento con omalizumab. “Al año y medio, el 62 por ciento presentaban un buen control clínico, ya que no sufrían exacerbaciones, no se utilizaba medicación de rescate, no acudían a urgencias y no había síntomas intermitentes”. Unos resultados que están en la línea de los del estudio Xport (más de 5 años tras el cese, 176 pacientes), publicado en 2014. Caballero apunta a la necesidad de llevar a cabo estudios a más largo plazo sobre la evolución de los pacientes cuando dejan de tomar omalizumab, “ya que no se sabe cuánto tiempo hay que mantener el tratamiento”.