Hace 15 años los profesionales que se animaban a investigar en un hospital eran poco menos que caballeros andantes que tenían que luchar contra los molinos de viento. La aparición de las fundaciones en los hospitales vino a poner la base para que la tarea fuera más llevadera. El paso siguiente han sido los institutos de investigación, en cuyo germen está la misión de cambiar la visión de un hospital de una fuente de gastos a una fuente de recursos económicos. Si bien es cierto que la crisis no está poniendo las cosas fáciles a aquellos que se animan a compatibilizar su actividad asistencial con la investigadora, es necesario un esfuerzo extra para promover un cambio cultural que nos permita avanzar.
Y es que España se sitúa en los primeros puestos en producción científica biomédica. Estamos al nivel europeo en posiciones muy similares a Reino Unido, Alemania, Francia e Italia, pero sin embargo, en lo que a patentes respecta nos encontramos en el puesto número 18 dentro del ranking europeo. Es decir, nuestro tendón de Aquiles está en la innovación. Por eso, hay que pasar de una mentalidad donde el fin último siempre es publicar los resultados en una revista científica a una búsqueda de resultados que además contemple llegar a conseguir una patente, y por tanto, generar un retorno económico. Porque a veces no sólo es necesario ser bueno, sino también creérselo.
Cuando la coyuntura no acompaña, cuando mantener la actividad supone un esfuerzo extra, es necesario buscar nuevas fórmulas y hacerse a la idea de que si con los fondos públicos no se puede contar, hay que buscarse las habichuelas en otros lugares. Y la oportunidad está, por un lado, en la internacionalización —salir fuera del país a buscar recursos— y por otro en la colaboración público-privada, desterrando anticuados prejuicios.