De la sala de oncología radioterápica, en busca de la mejor fórmula para intervenir en la materia, a la música como una forma de experimentar la espiritualidad. Entre estos dos polos se mueve Jordi Craven-Bartle Lamote de Grignon, fundador, director y organista del coro de médicos y enfermeros del Hospital de Sant Pau de Barcelona, así como director del coro del Colegio de Médicos de Barcelona.
Pregunta. ¿Se podría decir que tu pasión por la música viene de herencia genética?
Respuesta. La verdad es que sí. Mi abuelo era músico y fundó la orquesta sinfónica de Barcelona y la banda municipal. Mi bisabuelo también era músico. Y mi padre, que era inglés, aparte de ser economista era el director del coro del Instituto Británico de Barcelona. Allí conoció a mi madre, que era soprano…
P. Y una generación después se repitió la historia.
R. Yo conocí a mi futura mujer cantando. Cantábamos uno al lado del otro en el mismo coro, y acabamos pasando por el altar…
P. Dicen que el canta su mal espanta.
R. A mí la música me permite aproximarme a la dimensión espiritual del ser humano. El objetivo de mi trabajo es entender la anatomía y corregir estados patológicos. Me maravilla que los seres humanos, tan frágiles, puedan crear cosas tan maravillosas como sinfonías u otras piezas. Y la verdad es que cuanto más amor siento por la música, mejor médico soy. La música me acerca a las personas y me ayuda a entenderlas un poco mejor. El arte en general, y la música en particular, me conecta con la parte más trascendental del ser humano… Cuando Bach, Mozart o Beethoven componían, estaban creando para superar su propia muerte.
P. Muchos de sus pacientes luchan cada día para sobrevivir.
R. Sí… Y, por desgracia, no todos lo consiguen. En mi vida profesional he tenido que hacer más de 1.000 certificados de defunción. Recuerdo a todos los pacientes… Y siempre me he quedado con un amargo sentimiento de fracaso a pesar de que se hizo todo lo posible por ayudarles…
P. ¿Qué es más difícil dirigir, el servicio de oncología radioterápica o el coro del hospital?
R. Mi trabajo tiene momentos complicados, como, por ejemplo, cuando es necesario realizar una braquiterapia ( la introducción de una fuente radioactiva en el tumor o en el lecho tumoral). Pero como yo tengo la fortuna de haber recibido una muy buena formación, como he aprendido a realizar esta intervención correctamente, me siento seguro. En cambio, tengo que reconocer que la primera vez que me puse delante de un atril o toqué el órgano en público me temblaban las piernas.
P. ¿Señalas con la batuta a quien da la nota en tu servicio?
R. No, no. Admiro a los profesionales con los que trabajo porque hacen de cada tratamiento una obra de arte. Además, ni como director del servicio ni como director del coro digo que las cosas se tienen que hacer de una determinada manera y punto. Para mí, lo importante es que haya buena comunicación entre todos. Me gusta conocer la opinión de los especialistas y de los cantantes. Aprendo de ellos.
P. ¿Suena muy desafinada la melodía de la sanidad?
R. Yo creo que el sueño del derecho de la salud para todos, que proclamó Bismarck en el siglo XIX, no se ha desarrollado en Europa en ningún sitio como en España. Hay quien lo tacha de “bolchevique”, de que merma la libertad, pero, en países como Estados Unidos, si sufres un problema de salud y no tienes dinero, estás perdido. En cambio, en Cataluña no dejamos a nadie fuera del sistema.
P. ¿Qué pieza escucharía para celebrar un remedio contra todos los tipos de cáncer?
R. Sin duda, la Novena Sinfonía de Beethoven.
De la sala de oncología radioterápica, en busca de la mejor fórmula para intervenir en la materia, a la música como una forma de experimentar la espiritualidad. Entre estos dos polos se mueve Jordi Craven-Bartle Lamote de Grignon, fundador, director y organista del coro de médicos y enfermeros del Hospital de Sant Pau de Barcelona, así como director del coro del Colegio de Médicos de Barcelona.
Pregunta. ¿Se podría decir que tu pasión por la música viene de herencia genética?
Respuesta. La verdad es que sí. Mi abuelo era músico y fundó la orquesta sinfónica de Barcelona y la banda municipal. Mi bisabuelo también era músico. Y mi padre, que era inglés, aparte de ser economista era el director del coro del Instituto Británico de Barcelona. Allí conoció a mi madre, que era soprano…
P. Y una generación después se repitió la historia.
R. Yo conocí a mi futura mujer cantando. Cantábamos uno al lado del otro en el mismo coro, y acabamos pasando por el altar…
P. Dicen que el canta su mal espanta.
R. A mí la música me permite aproximarme a la dimensión espiritual del ser humano. El objetivo de mi trabajo es entender la anatomía y corregir estados patológicos. Me maravilla que los seres humanos, tan frágiles, puedan crear cosas tan maravillosas como sinfonías u otras piezas. Y la verdad es que cuanto más amor siento por la música, mejor médico soy. La música me acerca a las personas y me ayuda a entenderlas un poco mejor. El arte en general, y la música en particular, me conecta con la parte más trascendental del ser humano… Cuando Bach, Mozart o Beethoven componían, estaban creando para superar su propia muerte.
P. Muchos de sus pacientes luchan cada día para sobrevivir.
R. Sí… Y, por desgracia, no todos lo consiguen. En mi vida profesional he tenido que hacer más de 1.000 certificados de defunción. Recuerdo a todos los pacientes… Y siempre me he quedado con un amargo sentimiento de fracaso a pesar de que se hizo todo lo posible por ayudarles…
P. ¿Qué es más difícil dirigir, el servicio de oncología radioterápica o el coro del hospital?
R. Mi trabajo tiene momentos complicados, como, por ejemplo, cuando es necesario realizar una braquiterapia ( la introducción de una fuente radioactiva en el tumor o en el lecho tumoral). Pero como yo tengo la fortuna de haber recibido una muy buena formación, como he aprendido a realizar esta intervención correctamente, me siento seguro. En cambio, tengo que reconocer que la primera vez que me puse delante de un atril o toqué el órgano en público me temblaban las piernas.
P. ¿Señalas con la batuta a quien da la nota en tu servicio?
R. No, no. Admiro a los profesionales con los que trabajo porque hacen de cada tratamiento una obra de arte. Además, ni como director del servicio ni como director del coro digo que las cosas se tienen que hacer de una determinada manera y punto. Para mí, lo importante es que haya buena comunicación entre todos. Me gusta conocer la opinión de los especialistas y de los cantantes. Aprendo de ellos.
P. ¿Suena muy desafinada la melodía de la sanidad?
R. Yo creo que el sueño del derecho de la salud para todos, que proclamó Bismarck en el siglo XIX, no se ha desarrollado en Europa en ningún sitio como en España. Hay quien lo tacha de “bolchevique”, de que merma la libertad, pero, en países como Estados Unidos, si sufres un problema de salud y no tienes dinero, estás perdido. En cambio, en Cataluña no dejamos a nadie fuera del sistema.
P. ¿Qué pieza escucharías para celebrar un remedio contra todos los tipos de cáncer?
R. Sin duda, la Novena Sinfonía de Beethoven.
¿Una canción? Una de mi bisabuelo: “Cuando ya esté muerto”.
¿Un estilo de música? Complicado elegir uno. Me quedo con dos: el barroco y el romanticismo.
¿Un libro? El Evangelio.
¿El mejor sitio para cantar? Sin duda, un hospital ante un grupo de enfermos.