El abandono del tratamiento es uno de los principales problemas, lo que genera un aumento de las resistencias

Las cárceles son uno de los grandes focos de la enfermedad, con una incidencia del 10% entre la población reclusa

| 2009-11-02T09:56:00+01:00 h |

El compromiso del programa de Lilly en la lucha contra la tuberculosis, ha movilizado a 22 socios de más de 80 países, incluye el suministro, a precios acordados, de los dos antibióticos desarrollados por el grupo para tratar la enfermedad (Capastat y Seromicina) a la Organización Mundial de la Salud (OMS), así como la transferencia de tecnología de los principios activos de estos fármacos (capreomicina y cicloserina) a cuatro laboratorios ubicados en aquellos países con una elevada tasa de incidencia de la enfermedad —SIA (Rusia), Aspen (Sudáfrica), Hisun (China) y Shasun (India)— para su fabricación.

Los medicamentos producidos por estos cuatro laboratorios son entregados a la OMS, a precio simbólico, para su reparto a países en riesgo.

El proyecto, que se completa con programas de prevención, diagnóstico y seguimiento de la enfermedad y formación de profesionales sanitarios, pretende contribuir al objetivo de la OMS de tratar de la tuberculosis a 20.000 pacientes anuales hasta 2010.

E. Sainz Corada

Env. especial a Tomsk (Rusia)

A principios de los años cuarenta no había ningún medicamento para curar la tuberculosis. Hoy, según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS) han sido documentadas cepas de Mycobacterium tuberculosis (la bacteria responsable de la enfermedad) resistentes al menos a una droga antituberculosa en todos los países. Aún más: han surgido cepas de que los son a todos los medicamentos existentes.

Son muchos los esfuerzos a nivel mundial en la lucha contra la tuberculosis. Sin embargo, las cepas multirresistentes cuentan con un paraíso en el que, de momento, pueden seguir reproduciéndose a placer: Rusia. Los datos así lo constatan. Tal y como señala Lee Reichman, director del New Jersey Medical School Global Tuberculosis Institute, esta variante afecta a unas 500.000 personas cada año. Rusia, como decíamos, se lleva la peor parte, pues es allí donde se producen “el 20 por ciento de nuevos casos de tuberculosis resistente del mundo”.

Además, la forma no resistente, según datos del Instituto para la Información de Salud ruso, tiene también una prevalencia muy elevada, siendo de 110 casos por cada 100.000 habitantes.

Problemas de acceso

Tanto la tuberculosis simple como la multirresistente (TB-MR) pueden curarse. La primera tarda entre seis y ocho meses con medicamentos de primera línea (isoniazida, rifampicina, etambutol, estreptomicina, pirazinamida). Pero la MR requiere de una quimioterapia prolongada que dura hasta dos años y es más tóxica para el paciente.

El problema radica, por un lado, en que los fármacos antituberculosos de segunda línea (amikacina, capreomicina, kanamicina, ciprofloxacina, ofloxacina, levofloxacina, cicloserina, etionamida, ácido paraminosalicÌlico y protionamida) son a menudo muy costosos. Por otro, en que en muchas ocasiones, al notar una mejoría de sus síntomas, los pacientes abandonan el tratamiento, generando, de esta forma nuevas resistencias. Algo, que desgraciadamente es muy común en Tomsk, una de las ciudades rusas donde la incidencia de la enfermedad cobra cifras más dramáticas.

Hasta allí ha llegado una de las iniciativas más sólidas en la batalla contra esta patología, el proyecto internacional Transferencia de Esperanza de lucha contra la TB-MR, encabezado por la farmacéutica Lilly y que abarca desde programas de formación de personal sanitario y tratamiento, hasta transferencia de tecnología, investigación, concienciación y estrategias de ayuda a la comunidad y defensa del paciente.

Sin embargo, aún queda mucho trabajo por hacer. Como explica Galina Yanova, directora del Hospital de Tuberculosis de esa localidad siberiana, por el cual han pasado más de mil personas desde 2001, actualmente hay 75 pacientes ingresados por esta enfermedad. Pero la realidad es que son mucho más los que deberían, no ya estar allí, sino seguir la terapia de forma ambulatoria. Pero “no existe ninguna ley federal que obligue a los pacientes a tratarse, y sólo se les hospitaliza si ellos quieren”, reconoce. Por tanto, no pueden evitar que se vayan o abandonen el tratamiento, lo que agrava el problema de la transmisión y la resistencia.

El problema en las prisiones

Muchos de los pacientes de este hospital llegan de la cercana cárcel de Tomsk. Según datos de Alexander Isakov, subdirector del Hospital de Tuberculosis de este centro penitenciario, alrededor del 10 por ciento de la población presa tiene TB, y la incidencia en las cárceles de Tomsk es incluso más alta que a nivel federal (1.755 casos frente a 1.372 respectivamente), de ahí la importancia del programa internacional.

Pero los esfuerzos dan muestras de ir por buen camino cuando se comparan cifras a 10 años vista: los casos de TB-MR en 2008 fueron 64 frente a los 159 de 1998.

Y es que, a pesar de todo, parece que la tendencia se está invirtiendo. Las cifras, a mes de octubre de este mismo año, son que de los 478 pacientes tratados hasta ahora en el hospital de la prisión son de 344 curaciones (lo que supone el 82,1 por ciento), 8 muertes y 41 abandonos prematuros (9,8 de los casos).

El gran reto, en cualquier caso, lo constituye el lograr que estos presos, una vez se reincorporan a la vida civil, se acerquen a los centros de salud para continuar la terapia, que se les facilita de forma gratuita. Pero a veces, señala Isakov, incluso cuando lo hacen, reciben un tratamiento diferente al de prisión, “son los mismos médicos los que no siguen los protocolos”, asegura, “una diferencia de criterios que habría que unificar”. Según sus datos, referentes a 2008, el 77 por ciento de los presos acudieron después al centro de día “un buen porcentaje”.