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Malaria haikubaliki”. Los niños que van a la escuela de Ifakara, una zona rural al centro-sur de Tanzania cantan y corean esta frase. Ellos lo tienen claro, la malaria no es aceptable en su país. Así lo aprenden en el colegio y muchos son los que levantan la mano ansiosos por responder cuando se les pregunta por qué se produce la enfermedad, sus síntomas o qué se debe hacer cuando aparecen. Ellos son los que les dicen a sus padres que los lleven al médico si se encuentran mal o alguno de sus hermanos tiene fiebre o sufre convulsiones.
En un país donde la malaria sesga cada año la vida de 60.000 personas, el 80 por ciento niños menores de cinco años, y que constituye el 40 por ciento de las visitas de pacientes externos a los servicios de salud, este hecho ya es fundamental para salvar vidas. En esto se centra el Proyecto Access, desarrollado por el Instituto de Salud de Ifakara (IHI) en colaboración con el Instituto Suizo de Salud Pública y Enfermedades Tropicales (Swiss TPH) y la Fundación Novartis para el Desarrollo Sostenible (NFSD), cuya meta es mejorar el acceso al tratamiento de la malaria. Para ello ha habido que juntar las piezas de un gran puzle y encajarlas, así explica el profesor Klaus Leisinger, presidente de la NFSD, la primera fase (2003-2007) del programa que estudió los obstáculos existentes. “Hemos intentado encontrar los obstáculos que impiden a la gente acceder a los medicamentos, aunque sean baratos o gratis y hemos averiguado que es un problema muy complejo donde intervienen factores sociales, culturales, geográficos y de mentalidad”, detalla. En función de eso se definió un marco de actuación basado en cinco dimensiones: disponibilidad, accesibilidad, asequilibilidad, suficiencia y aceptabilidad.
De este modo, tras una primera evaluación, se concluyó que la percepción de la población local con respecto a los síntomas de la malaria había mejorado y se conocían más conceptos de la enfermedad. Sin embargo, a pesar de que el número total de casos de fiebre en las comunidades y los retrasos en la búsqueda de tratamiento podrían reducirse, lo cierto es que sólo un 22 por ciento del total de los pacientes recibía la dosis adecuada de tratamiento.
Por ello, en una segunda fase (2008-2011), el proyecto —que se desarrolla en cuatro distritos rurales del país— centró su intervención tanto en la demanda como en el suministro. Y es que en muchas ocasiones la principal dificultad para que el antimalárico llegue al paciente es la distribución. Así, en colaboración con otras entidades como la Fundación Bill y Melinda Gates, se ha apostado por transformar las tiendas de medicamentos en outlets acreditados de dispensación de fármacos (ADDO). “Es importante que exista la posibilidad de poder comprar los fármacos”, afirma Flora Kessy, directora del proyecto Access.
Esta parte del proyecto se complementa con el análisis y la evaluación de la calidad de la atención sanitaria mediante un proyecto piloto que, a través de la herramienta e-TIQH, permite que se puntúe el servicio prestado en diferentes áreas y que estos datos se compartan en línea vía tablet. Así, según especificó Alexander Schulze, director de Investigación de la Fundación Novartis, varios centros de salud han sido capaces de mejorar sus equipos, su infraestructura y el acceso a medicamentos en función de las brechas detectadas en las evaluaciones realizadas. “Hemos descubierto que si se tiene un mal concepto de la calidad asistencial la gente no acude a las consultas. Ocurre que si las instalaciones y asistencia son agradables, el personal sanitario les trata como a clientes… esto tiene un resultado positivo en la actitud de la gente y acudirán al tener un problema de salud”, añade el profesor Leisinger.
La otra pata de esta área de actuación es la introducción del test de diagnóstico rápido de la malaria en el Hospital del Distrito de Ifakara y seis centros de salud. “Este diagnóstico rápido ha cambiado totalmente la vida de las personas. No sólo ha mejorado el diagnóstico de la malaria, sino que ha facilitado la detección de los casos con fiebre que no proceden de la enfermedad y que deben recibir otro tratamiento”, señaló el profesor Cristian Lengeler, jefe de la Unidad de Epidemiología y Salud Pública del Swiss TPH.
Concienciación y ayudas
En el lado de la demanda, Access se centra en reforzar los recursos de la población para hacer frente a la enfermedad. En este sentido, desarrolla estrategias de marketing social, con programas de sensibilización en la comunidad, por ejemplo, en varias escuelas de los distritos en los que se está desarrollando. En total Access ha llegado a156 centros en Kilombero y Ulanga, lo que implica a 5.000 personas. Estos niños no sólo son los adultos de mañana, sino que se ocupan de cuidar de sus hermanos pequeños, especialmente durante la época de cultivo, cuando los padres se trasladan a los campos, por eso, el hecho de que los más pequeños conozcan la malaria ayuda a desterrar la creencia de que los síntomas son cosa de hechicería y hace que, en lugar de acudir a los curanderos tradicionales, se vaya al centro sanitario. Elisca Kambota, de 12 años y alumna de la escuela de primaria de Ifakara, cuenta cómo cuando su hermana menor se enfermó su madre la envió a comprar un analgésico. Sin embargo, al ver que sus síntomas eran fiebre y dolor de cabeza advirtió a su familia de que podía ser malaria. Gracias a ella su hermana fue diagnosticada y tratada en el centro de salud.
“Es más fácil que la gente cambie su comportamiento cuando escucha algo repetidas veces y podemos decir que ahora la gente sí acude a consulta. Antes, por ejemplo, en los 90, cuando un niño tenía malaria decían que tenía malos espíritus y acudían al chamán en lugar de al médico y el número de muertes era mucho mayor”, puntualiza Kessy.
Dotar de recursos a las mujeres es también una garantía de que podrán pagar los fármacos que su familia necesite. Por eso el programa apoya por el momento a diez grupos de mujeres para que desarrollen una economía que permita a sus comunidades invertir en un mejor acceso a la salud, a la vez que se les da formación. A través de microcréditos, las mujeres pueden crear pequeños negocios como quioscos de comida, elaboración de cerveza, la cría de abejas… Así, por ejemplo, las mujeres de Upendo, llevan trabajando desde 2007 con muy buenos resultados y devuelven sus préstamos una o dos veces al año. Cuentan con granjas de cerdos y diferentes cultivos y las decisiones se toman en conjunto, dentro del grupo. Ellas son las que gestionan los recursos de la familia, lo que les permite tener dinero para pagar la asistencia sanitaria y la educación de sus hijos. Las cifras hablan de éxito: el 68 por ciento de los miembros del grupo han ganado mensualmente de media de más de 20 dólares. También reciben información sobre qué es la malaria y saben, por ejemplo, que hay que dormir con mosquiteras para evitar las picaduras y que la enfermedad se puede transmitir al bebé durante el embarazo. Así lo explica Gertrude Rashid, de 37 años y madre de tres hijos que gracias a las ayudas compró tres cerdos en 2008 y cuatro años después cuenta con más de 50: “Ahora, si mis hijos tienen malaria, sé que puedo llevarlos a un centro para que reciban un tratamiento eficaz”.
Pero además Access lucha también de mejorar el acceso tratando de convencer a los integrantes de la comunidad de que se unan al proyecto, y de que utilicen el dinero para invertir en los medicamentos que necesiten. Así, el Fondo de Salud Comunitaria (CHF) es un mecanismo de prepago establecido por distritos al cual sus miembros pagan cada año una cuota anual que les permite utilizar los servicios sanitarios más cercanos. En este sentido, el proyecto ha desarrollado con las autoridades de los distritos un plan de acción para que los ciudadanos accedan a esta atención. Así, a finales de 2010 cerca de 4.600 familias, en total unos 20.000 beneficiarios, se registraron como miembros del CHF.
Resultados prometedores
Todas estas actuaciones están dando sus frutos. Para Kessy, los resultados de Access hasta el momento “son prometedores”. De hecho, de 2004 a 2008 la mortalidad global de niños menores de cinco años ha disminuido de 28,4 a 18,9 casos por cada 1.000 niños en el área donde se está desarrollando. “Es difícil atribuir los logros a un solo proyecto porque mucha gente está trabajando en esto pero sí sabemos que Access es parte de ellos”, señala la directora destacando especialmente la parte de la colaboración y unión de la comunidad, ya que en 2008 sólo un 5 por ciento colaboraba con el proyecto, y en 2011 el porcentaje ya era del 22.
Para el profesor Leisingir la cuestión radica en el acceso y la calidad. “Si vienen con un niño que tiene fiebre en el primer día y es malaria, se podrá tratar sin problema, pero si esperan una semana puede morir, a pesar de haber tenido acceso a los medicamentos. Así que cuanto antes acudan, antes se solucionará y de forma más fácil. Y si miramos qué hace a la gente ir a consulta, es la calidad en la atención”. Por esta razón la nueva fase del programa, según adelanta el presidente de la NFSD, será fijar más la atención los aspectos cualitativos de lo que se está haciendo, monitorizar electrónicamente las actividades para saber exactamente qué pasa y dónde pasa. “Espero que encontremos resultados interesantes y con un impacto mas allá de Tanzania porque llevo más de 30 años trabajando en África y he encontrado muchas similitudes entre países, aunque haya diferencias. Así que poniendo soluciones en las mismas vías, la expansión a otros lugares sería muy interesante”, preconiza.
Desde hace alrededor de 30 años, la Fundación Novartis para el Desarrollo Sostenible trabaja en actividades de intercambio de ideas en áreas como el desarrollo sostenible, la ética corporativa y el acceso al tratamiento, diálogo y trabajo en red sobre temas de política de desarrollo así como el establecimiento de alianzas con diversas partes interesadas, y trabajo de desarrollo práctico en atención sanitaria preventiva y curativa. Su presidente, el profesor Klaus Leisinger, asesor de diferentes organizaciones nacionales e internacionales, explica a esta publicación cómo la crisis económica está afectando al papel a las fundaciones y a los proyectos que desarrollan.
“Los fondos disponibles para desarrollo internacional y ayudas no crecerán, en el mejor de los casos no se reducirán. Si miras países como España, Francia o Alemania, que están bajo presión por el déficit presupuestario, cortarán de donde es más fácil”, apunta Leisinger.
Bajo estas condiciones es muy importante la relación coste-eficiencia: cómo conseguir lo mejor/el mayor impacto con lo que se está gastando. La fórmula para el presidente de NFSD es obtenerlo con la cooperación, coordinación, aprendizaje de lecciones, uniendo a gente que haya trabajado en el mismo campo y creando una atmósfera de confianza y seguridad. Así, apuesta por compartir experiencias a través de plataformas como Wikipedia o Google para que, mediante palabras clave, se pueda encontrar quién hace qué y dónde y unirse para ver los resultados de cada uno, para aprender de lo que se haya hecho en lugar de repetirlo. “Llevo trabajando muchos años en asistencia al desarrollo y uno de los problemas recurrentes es la falta de coordinación; muchos haciendo lo mismo y cometiendo los mismos errores”, plantea.
Por otro lado, Leisinger hace hincapié en la especialización. “Hoy en día muchas ONG tratan de trabajar en todas las áreas que encuentran, pero tiene mucho más sentido que se especialicen, que las que sean buenas en cuidados y maternidad no se dediquen a otras cosas como el acceso a medicamentos”, subraya y añade que para ahorrar dinero se pueden externalizar actividades a aquellas empresas que tengan competencias y crear un equipo de soluciones en el que estar todos involucrados y concentrados en las actividades en las que cada uno sea mejor. “Esto es más barato, más rápido y más efectivo”, concluye.