Lorenzo Melchor, coordinador científico en la Embajada de España en Londres | viernes, 24 de junio de 2016 h |

Cuenta la Royal Society de Londres que el científico Benjamin Franklin, miembro de esta academia y padre fundador de EE.UU., envió en 1779 una carta a toda la armada americana concediendo salvoconducto al capitán James Cook, explorador británico y también miembro de la Royal Society, para su regreso de su tercera expedición científica al Pacífico por las costas americanas durante la Guerra de la Independencia de EE.UU.

Este episodio de la historia es un ejemplo de lo que se ha definido recientemente como diplomacia científica: el uso de colaboraciones científicas entre países para resolver problemas comunes y construir alianzas para el progreso social y de la humanidad. A grandes rasgos, dicho concepto comprende tres tipos de acciones: ciencia en la diplomacia (la ciencia como asesora en política exterior), diplomacia para la ciencia (la diplomacia como facilitadora de colaboraciones científicas internacionales) y ciencia para la diplomacia (las colaboraciones científicas para mejorar las relaciones entre países).

Cada vez, más países prestan especial atención a este campo; de hecho, la Unión Europea lo considera como piedra angular de su proyecto. El mundo actual presenta grandes retos sociales tales como las pandemias, el envejecimiento poblacional, las hambrunas, el cambio climático, la sostenibilidad del agua y la energía, o la pérdida de biodiversidad, a los que solamente puede hacerse frente a través de un escenario global donde la ciencia y la diplomacia entre países interactúen. Además, la globalización y revolución digital están transformando la ciencia (mayor colaboración internacional, movilidad científica y nuevos polos de atracción de talento) y la diplomacia (mayor transparencia, múltiples actores y nuevas estructuras de poder), por lo que conjugar ambas disciplinas se hace imprescindible.

Sin embargo, la diplomacia y la ciencia son mundos con normas y velocidades muy diferentes. Por ello, resulta necesario que ambos se acerquen y que diplomáticos y científicos aprendan unos de otros y mantengan una estrecha relación. Tal es el objetivo de “Embajadores para la ciencia”, un programa pionero organizado por la Oficina para Asuntos Culturales y Científicos de la Embajada de España en Londres y la Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología (Fecyt). En este programa, nueve científicos y nueve diplomáticos comparten unos días de trabajo para intercambiar experiencias y que surjan ideas que permitan desarrollar una diplomacia científica más dinámica e innovadora.

Un científico como Benjamin Franklin se atrevió a poner por delante de una guerra el progreso científico usando la diplomacia para ello. Es momento de que España, en un esfuerzo conjunto de la administración general, universidades y centros de investigación, empresas, reales academias y asociaciones científicas, científicos y diplomáticos, así como la sociedad civil, ponga en valor el conocimiento, la ciencia y la tecnología que este país produce para promover y fortalecer juntos una diplomacia científica española más activa.

El mundo presenta retos a los que solo puede responderse si la ciencia y la diplomacia entre países interactúan