Álvaro Hidalgo, Seminario de Investigación en Economía y Salud de la UCLM | viernes, 29 de mayo de 2015 h |

Una de las consecuencias de la reciente crisis económica es la reducción del gasto sanitario, lo que se ha traducido en una mayor presión a la hora de decidir adoptar innovaciones sanitarias en los Sistemas Nacionales de Salud. De esta forma, se ha vuelto a reavivar el debate sobre ¿qué es innovación?, ¿cuánto cuesta? y si ¿la innovación sanitaria realmente vale lo que cuesta?.

Antes de entrar de lleno en dicho debate, me gustaría señalar si los esfuerzos que dedicamos a sanidad son comparables a los que hacen otras economías de nuestro entorno. En este sentido, el gasto sanitario representa el 9,3% de nuestro PIB, situándose en la media de la OCDE, muy lejos del 11,3% de Alemania o del 11,6% de Francia y del 11,8% de Holanda. Si analizamos de forma separada el gasto sanitario público y privado observamos cómo el gasto sanitario público en España representaba en el 2012 el 6,7% del PIB mientras que en Alemania llegaba al 8,6% y en Francia era igual al 9% del PIB. El peso que tiene el gasto sanitario público en porcentaje del gasto público total es en nuestro país del 14%, en la media de la OCDE, y lejos del 19% de Alemania o del 16% de Francia. Sin embargo, lo preocupante es comprobar que desde el 2009 hasta el 2012, el gasto sanitario per cápita se ha reducido de media cada año un 1,9%. Esta evolución ha sido todavía mucho más brusca en el caso del gasto farmacéutico con una tasa media anual de reducción desde 2009 del 2,5%.

Esta evolución se está viendo reflejada en los presupuestos iniciales de sanidad de las diferentes comunidades autónomas. Así la inmensa mayoría presenta presupuestos por habitante en 2015 inferiores a los que las mismas comunidades tenían en 2008. Además la desigualdad y las diferencias entre comunidades se han duplicado, impactando directamente sobre la equidad.

El resultado de esta evolución ha sido un incremento de la aportación de los usuarios a la financiación de los medicamentos, se ha incrementado un 1,4% del total del gasto sanitario desde el comienzo de la crisis hasta el año 2012, y una ralentización en el ritmo de entrada de nuevas innovaciones al SNS.

Resulta evidente que la crisis ha pasado factura al sector sanitario. Estas restricciones presupuestarias pueden poner en peligro la incorporación de la innovación a nuestro SNS. Debemos realizar una reflexión sobre cuál es el verdadero valor de la innovación y el coste que ésta conlleva, para poder establecer unos precios que garanticen un pago adecuado al valor añadido que incorporar las diferentes innovaciones. Por ello, es fundamental ligar el precio de los medicamentos al valor y no meramente al coste de los mismos. Para ello, la evaluación económica es un elemento esencial. Del mismo modo, la desinversión es igualmente un reto esencial, ya que debemos de dejar de invertir en aquellas tecnologías que no aportan valor a nuestro SNS. De esta forma haremos sostenible nuestro SNS, uno de los mayores logros de nuestra historia reciente.

La reducción del gasto sanitario y su previsible congelación hasta el 2020 ponen en riesgo el SNS